domingo

EL CRIMEN DE ELVIRA REQUEN


Elvira Requén era una chilena veinteañera que durante algún tiempo mantuvo relaciones con un modisto peruano de nombre Abelardo Herrera o Cisneros. Llegaron a visitar Europa. Ya de regreso en Buenos Aires Elvira tuvo una niña.
Abelardo habría abandonado su trabajo y la miseria pronto se hizo presente en el hogar.

Abelardo

Elvira no quiso saber ya más nada de Abelardo. Inició relaciones con un tal Jesús Bonza Valle y se mudó a la calle Rodríguez Peña 546.

La casa de Rodriguez Peña

No contó Elvira con que Abelardo no dejaría las cosas así. Fue hasta Rodríguez Peña y se llevó a su hija. Al otro día volvió a presentarse en la casa y atacó a Elvira, la dejó agonizando con tres heridas de bala y dos de arma blanca.
La policía llegó, pudieron atrapar al asesino pero lamentablemente Elvira falleció. Tenía 23 años y corría septiembre de 1902.

Su hijita fue a parar a la Casa de Expósitos, tal vez, quien sabe, con el tiempo haya sido dada en adopción.

Guada Aballe

LA CASA DE INQUILINATO


Ilustracion de R.Steiger

viernes

GABINETE TERMAL DE 1902


LA VIRUELA EN BUENOS AIRES


En abril de 1901 se detectaron diversos casos de viruela y fue necesaria la intervención de la Asistencia Pública.
Se trabajó con empeño y dedicación llegando a vacunar 100 personas por día entre niños y adultos.
Se visitaban asilos y conventillos, se vacunó en el edificio propio de la Asistencia y en los Hospitales San Roque (Ramos Mejía), Rawson Norte, Pirovano, de Flores, de la Boca, Corrales, Santa Lucía y San Bernardo.

Niños en la Asistencia Pública esperando ser vacunados.

Multaban a propietarios de conventillos que hacían caso omiso de las precisiones y diligencias higiénicas indicadas por la Asistencia.



Las precisiones eran las siguientes:
“La cuadrilla que se presente en la casa infectada deberá lavar los pisos en toda la extensión que sea posible; si hay alfombras, cortinas, etc; deberá sacarlas y enviarlas a la estufa para ser desinfectadas.
Toda ropa sucia será puesta en una tina o recipiente (que no sea de metal) con una solución de bicloruro de mercurio al 1º/oo.
Siempre que se pueda, se sacará todo mueble u objeto que no sea necesario en la habitación del enfermo, lavándolo, antes de sacarlo, con una solución de bicloruro de mercurio.
Las letrinas de pozo se desinfectarán con una lechada de cal; las de cloacas con una solución de sulfato de cobre al 20º/oo, o con soluciones fuertes de bicloruro de mercurio aciduladas.
La persona que está encargada del cuidado del enfermo, desinfectará con una solución de bicloruro de mercurio el piso, todos los días, mañana y tarde, con estropajo para no levantar el polvo, pues éste disemina los gérmenes en el aire y favorece el contagio.
En los casos de viruela y escarlatina, se proveerá a los enfermos de vaselina boricada, y en cuanto el enfermo empiece a descamar su piel, se le untará con dicha vaselina por la noche y al día siguiente se dará un baño de tibia.
La persona que asiste al enfermo se lavará con jabón y cepillo las manos, y las mojará en la solución de bicloruro de mercurio al 1º/oo.
Ningún enfermero o cuidador deberá permanecer constantemente en la pieza del enfermo, siendo conveniente que salga de cuando en cuando, y que no coma ni beba en ella.
Terminada la enfermedad, se procederá a la desinfección completa del local donde estuvo el enfermo"
.

Fuente: Caras y Caretas, 27 de abril de 1901

ROSA PEREZ


Murió en septiembre de 1902.
Decían que tenía 133 años, que se había criado en la casa de los Alzaga, que acompañaba a la Iglesia a su amita y le llevaba la alfombra, que trataba de “su merced” a las demás personas.
Decían que le había cebado mates a San Martín y Belgrano en casa de los Azcuénaga donde ella trabajaba de mucama.
Decían que con el tiempo se independizó, que hacía ricos alfajores y empanadas que solía vender por las casas donde era conocida como “tía Rosa” aunque ella se hacía llamar Rosa Pérez por su primer esposo, de los varios que tuvo.
Decían que dijo:
-Antes no duraban los maridos como aúra, amito…los acababa la guerra”
-Ahora los acaba la caña tía Rosa.
-Es verdá…pero es mejor la caña que el camposanto.

Fuente: Caras y Caretas Nº 209, 4 de octubre de 1902
Guada Aballe

jueves

CUIDAR LA SALUD



1-La visita al dentista.
Si a uno le dolía la muela; ¿dónde se podía ir?
El Dr Fernández Sanz inauguró su nuevo consultorio el 23 de febrero de 1906 en la calle Victoria (hoy Hipólito Irigoyen) 913, el cual había abierto por primera vez en el año 1901.
Fernández Sanz había regresado recientemente de Europa luego de haber pasado allí ocho meses. Durante ese viaje se dedicó a recorrer distintas clínicas en busca de asesoramiento a la vez que adquirió mobiliario e instrumental para su nuevo consultorio.
Por ese motivo, en el consultorio del Dr Sanz se podían hacer extracciones con anestesia general y se trabajaba con material esterilizado. Tenía un taller mecánico para fundir porcelanas y construir dientes o realizar obturaciones invisibles.
Tantas novedades atraían la atención de la prensa y de otros dentistas que con gusto asistieron a la reinauguración del consultorio.


2-El instituto médico internacional.
En 1905 los doctores Ricardo Marin y J. Páez instalaron en Rivadavia 1161 un instituto médico especializado para las enfermedades de la piel. Ambos profesionales tenían una trayectoria destacable, Marin en el hospital de Clínicas, el Rawson y el Hospicio de las Mercedes. Páez en las clínicas de Sommer y Aberasturi.
La casa donde funcionaba el instituto era “amplia y aireada”. Se trataban dolencias tales como eczema, psoriasis y lupus. Había un anexo en Cuyo (Sarmiento) 1470.
3-Un doctor particular
En Tucumán 529 estaba el consultorio del dr Piccinini. Otro consultorio con todos los adelantos de la época: rayos X y fototerapia.
El Dr atendía personalmente en su casa de lunes a viernes de 14 a 17 y los “festivos” de 9 a 11. Su especialidad eran las enfermedades de la piel, vías urinarias, estómago y “enfermedades de señoras”.
Tenía servicio para masajes y aplicaciones eléctricas y un gesto que lo honraba: ceder a otros médicos “su instalación radio-fototerápica todos los días hábiles de 2 a 5 pm”.

Guada Aballe

LA ASISTENCIA PUBLICA Y LA HIGIENE


Una de las grandes preocupaciones de la Asistencia Pública a comienzos del siglo XX era el mantenimiento adecuado de la higiene.
Tarea nada fácil en aquellos días. Los aspectos vinculados con la desinfección y saneamiento eran complicados pero veamos como se hacían cargo de la situación:
Si recibían la denuncia de un “caso infeccioso” la oficina central enviaba a un inspector a investigar el hecho para que a la vez dispusiera de las medidas adecuadas.
La cuadrilla luego asistía al lugar, lo desinfectaba y retiraba ropas para enviarlas a las estaciones sanitarias. A esas estaciones las ambulancias llevaban las ropas y las introducían en una estufa de desinfección (las cuales funcionaban a más de 115º). Salían de esas calderas ya desinfectadas para ser llevadas a otra habitación y así otra ambulancia podía transportarlas.
Las instalaciones de la Asistencia Pública también contaban con cámaras de desinfección a formol para los elementos que no podían ser sometidos a altas temperaturas.
Había estaciones sanitarias en Belgrano, la Boca, Barracas, Flores Norte y flores Sur (y un Parque Sanitario en San José 1536). Cada una estaba a cargo de un administrador, un inspector y un auxiliar. Cada una tenía dos cuadrillas fijas. El personal de desinfección estaba compuesto por veinte cuadrillas (que iban a domicilio). En un gran plano de Buenos Aires marcaban los casos infecciosos con alfileres blancos y los fatales con negros.
Otro desafío eran las ratas. Para ello la Asistencia Pública tenía destinada una brigada de empleados para combatir a los roedores.
Se valían de dos aparatos Marot, automóviles de desinfección y saneamiento; dos vehículos a tracción animal, seis aparatos Hartmann para desinfectar el agua, aparatos Gubba (suerte de batería de pulverizadores para exterminar ratas y hormigas). Para su trabajo contaban con cápsulas de anhídrido sulfuroso.
Responsables de los trabajos eran un jefe, dos inspectores, ocho capataces, ochenta trabajadores (subdivididos en veinte cuadrillas) No les faltaban perros ratoneros.
Los aparatos se guardaban en el Parque Sanitario de San José 1536.

Guada Aballe

MARIA


En el número 167 de la revista PBT, aparecido el 25 de enero de 1905, hay una nota firmada por Isabel Perfilio titulada “María la loca”. Se trata de una semblanza y eventual entrevista a una mujer que deambulaba por las calles de Buenos Aires y era conocida con ese mote.
¿Qué habrá sido de ella? A cien años de distancia tal vez jamás encontremos la respuesta...
Se la veía caminar inclinada por las calles de la ciudad, arrastrando una pierna y balbuceando incoherencias mientras soportaba la burla de algunos.
Mujer delgada, de ojos grises y cabellos descuidados, no tenía techo ni lecho. Dormía en los umbrales de las puertas o sobre montones de hojas en terrenos abandonados. Comía lo que le daban.
Llevaba consigo un jarro, trapos que usaba como almohada. Estaba enferma, con una terrible infección en la pierna derecha.
Lo que llegó a saberse es que María era oriunda de La Coruña y se enamoró de un joven llamado Pedro, hijo de un matrimonio de obreros vecinos de su casa. Ambos se conocían de niños y eran amigos de la infancia.
Este amor no contó con la aprobación de la familia de María pero la pareja decidió seguir junta y viajar a América. Pedro la envió a Montevideo con una recomendación para una tía suya, pero la tía, al ver a María embarazada, no quiso asumir responsabilidades. Al llegar Pedro la pareja se casó y se dirigió a Entre Ríos para trabajar como enfermeros en el hospital de Diamante.
Adquirieron casa y tuvieron tres hijos. Los dos mayores murieron y decidieron volver a España. Apenas llegaron a Pedro lo arrestaron por desertor y gracias a las gestiones de María fue liberado al lograr que lo declarara “inútil” el reconocimiento médico.
Regresaron a nuestro país y dos años después María descubrió que Pedro tenía relaciones con otra mujer y lo echó de su casa. El esposo le quitó el hijo y durante tres años María lo buscó hasta dar con él, supo así que Pedro había fallecido un mes atrás.
No sabemos como terminó esta historia. ¿Alguna institución le habrá dado asilo después que apareció ese reportaje?

Guada Aballe

NEGOCIOS


El atractivo por los objetos chinos y japoneses se tradujo en una importante casa comercial que funcionó durante algún tiempo en la esquina de Bartolomé Mitre y Carlos Pellegrini.
Se llamaba “Exposición asiática” y realizaba ventas al por mayor y menor promocionando más de 10.000 objetos distintos.
“Todo cuanto produce el extremo oriente se encuentra en la Exposición Asiática, siendo un placer admirar la perfección, elegancia y calidad de dichos artículos” decía su promoción.
¿Qué mercaderías podían encontrarse allí?
Géneros de seda, bordados a mano, cubremesas, cubrecamas, pañuelos, chales, sombrillas, kimonos, camisones, blusas, vestidos y trajes, jarrones de todo tipo, artículos en pocelana, marfil, carey, nácar, oro, plata, laca...
También se podían adquirir juegos de te y de mesa, todo de porcelana dorada en oro fino.
Biombos y juguetes, muebles de bambú y junco, baúles de “alcanfor contra la polilla”, hasta el té chino marca Globo, reputado por ser el mejor.
Ya se sabía, para conseguir artículos importados de China y Japón, a la Exposición Asiática de Tay Tong y Cía, Bartolomé Mitre esquina Carlos Pellegrini.


“La perla negra” fue una famosa joyería que funcionó en Avenida de Mayo 729.
Este comercio tenía la particularidad de exponer su mercadería como si de un museo se tratase. Las joyas se exponían en vitrinas y cada una estaba marcada con su precio, los empleados de la casa solo se acercaban a los potenciales clientes si estos lo solicitaban.
Su propietario era Julián Mirabelles.
En las largas vitrinas el espectador tenía un gran surtido de joyas que variaba desde aquellas accesibles a una persona humilde hasta otra de clase más acaudalada.
La joyería ofrecía también joyas europeas gracias a que don Eugenio Mirabelles desde Europa cumplía la función de enviar las novedades desde Londres, Paría, Viena y demás capitales europeas.
Todas las joyas venían acompañadas de sus correspondientes certificados de garantía.
Llamaba la atención en la época (1911) que el cliente gozara de la libertad de recorrer el negocio a su gusto y mirar la mercadería. Las vitrinas estaban cerradas con llave y solamente cuando el cliente lo llamaba el vendedor se acercaba para mostrar la joya.
Se insistía en esta característica.
En “La perla negra” personas de todas las clases sociales podían adquirir alhajas, relojes, brillantes, platería. Anunciaba vender un “30% más barato que las demás joyerías” y por lo menos cuatro carteles anunciaban “entrada libre” invitando a recorrer el local.

Guada Aballe



LA FE DE UNA MADRE

En 1882 una familia española integrada por Antonio Carballo, María Salgado y su pequeño hijo José de 2 años llegó a Buenos Aires. Se instalaron en casa de doña Tomasa Rivero de Lafuente pues a ella habían sido recomendados.
Tuvieron otro hijito: Antonio Francisco Carballo.
La vida transcurría tranquila hasta que al padre le ofrecieron la posibilidad de un empleo en Paraná, Entre Ríos. Doña Tomasa, encariñada con el pequeño Antonio, rogó que lo dejaran a su cuidado argumentando que el niño recién se recuperaba de una enfermedad y no era bueno que emprendiera ese viaje. Aseguraba que ella misma lo entregaría a sus padres si ellos no regresaban. De mala gana los padres cedieron.
En Paraná el padre encontró ocupación. De inmediato escribió a doña Tomasa para que trajera a Antonio ofreciendo pagar el pasaje o ir él mismo a buscarlo.
Nadie respondió a su carta.
Le escribió entonces el preocupado hombre a la Superiora de la Casa de Expósitos, amiga de Tomasa, para que le entregara ella la carta. En esa misiva indicaba el día que estaría en Buenos Aires para retirar a su hijo.
Cuando llegó el Sr Carballo a la capital se encontró con la desagradable sorpresa de encontrar la casa de Tomasa vacía. No había dejado dirección. El desesperado padre fue hasta la Casa de Expósitos y la Superiora le aseguró haber entregado la carta a la destinataria.
Carballo denunció el caso en la Comisaría pero el chico no apareció más.
La madre, entretanto, rezaba todas las noches a la Virgen para recuperar a su hijo y pedía volver a verlo antes de morir.
Mientras tanto Antonio siguió con Tomasa, creyendo que era su madre y teniendo a Venancio Ruiz por padre. A él mismo lo llamaban José Ruiz. Fue a la escuela. Trabajó para ayudar a quien creía era su madre cuando Venancio Ruiz falleció. Y llegó el momento del enrolamiento, necesitaba una Fe de Bautismo. Doña Tomasa tuvo que confesar la verdad un día al volver el joven del trabajo: “Tu no eres hijo mío, tu no eres José Ruiz. Tu te llamas Antonio Carballo”. Le contó todo.
Tomasa murió en 1904. Antonio guardó buen recuerdo de ella pero anhelaba encontrar a su familia. Buscaba a la vez que trabajaba para ganarse la vida.
El trabajo le dio sus frutos: un terreno en Mataderos, una pieza de madera, luego una casita de material de dos piezas, más tarde cinco piezas. Hacía flores artificiales, fue policía, salvó un chico que había caído en el arroyo Cildáñez…
Hasta que una extraña coincidencia iba a dar final feliz a esta historia.
Ocurrió que un vendedor del diario “La Argentina”, de nombre Pedro, trabajaba donde Antonio tenía su puesto y no podía dejar de observar a ese policía porque lo veía muy parecido al ex administrador del diario y en ese momento inspector general José Carballo y a su hermano Pedro. Un día el canillita no aguantó más la duda y le preguntó al policía si no era hermano de “unos señores Carballo que hay en La Argentina”.
Fue el comienzo de un feliz reencuentro. Una amistad del vendedor, José Pratolongo junto con su hijo, se encargó de unir a los hermanos nuevamente. La madre, María Salgado que no había dejado de rezar durante 32 años pudo volver a abrazar a su hijo. Era el lunes 16 de marzo de 1914. La Fe de una madre.

Guada Aballe

ANDRES FRUGONI


Cuando fue noticias en Caras y Caretas, en diciembre de 1917, todos tenían a Andrés Frugoni como un misántropo.
Este buen hombre tenía unos setenta años, vivía en Billinghurst 1157 y se ocupaba él mismo de todas las obligaciones de su casa. El detalle más curioso era que en sus ratos libres gustaba de pintar originales cuadros de santos.
Estos lindos cuadros junto con leyendas alusivas adornaban todas las habitaciones de su casa y además en la terraza había improvisado un curioso jardín.
Pero Frugoni vivía aislado y rehuía en contacto con los demás. Se decía que era dueño de una gran fortuna y quizás por eso un día sufrió un intento de asalto.
Ese día, Frugoni se encontraba tomando el desayuno cuando tres asaltantes ingresaron a su casa. Se resistió y huyó por uno de los costados de la mesa.
Felizmente el asalto no se concretó. Frugoni gritó tanto que una vecina suya, Rosario A de Roch se asustó tanto que a su vez empezó a gritar. Los gritos de Rosario asustaron a los asaltantes quienes emprendieron la huida por las azoteas. A su vez la policía acudió al lugar por los gritos de Rosario y se lanzó a perseguir a los tres individuos. Dos fueron atrapados.
¿Y Frugoni?
Quedó con una leve herida en la manos y algún que otro golpe. No fue fácil para la autoridad convencerlo para que hiciera la correspondiente declaración porque el hombre se había convencido que debía reforzar aún más la seguridad de su casa. Por eso podemos decir que fue un triunfo para la revista Caras y Caretas que Frugoni accediera a que fotografiaran el interior de su casa. Esa nota se publicó el 8 de diciembre de 1917.
Aquí en la foto podemos ver a Andrés Frugoni con sus cuadros.

Guada Aballe

domingo

LA OTRA MANUELITA ROSAS


Se llamaba Manuela Ortiz de Rosas y había nacido el 25 de marzo de 1837.
Era hija del general Prudencio Ortiz de Rosas y de doña Catalina Almada. Sobrina de don Juan Manuel y prima hermana de la famosa Manuelita Rosas.
Dicen que Manuela era una joven de gran belleza. Se casó en primeras nupcias con Martínez Nieto. Su segundo matrimonio fue con el coronel Guillermo Hoffmeister a quien había conocido en la ciudad de Paraná.

Se la conocía por su amabilidad y fina conversación. En su juventud había brillado en salones y bailes de la época.
Gran amante de la música tocaba muy bien el piano, hábito que conservó hasta el final de su vida, tanto que dos días antes de fallecer le pidió a su sobrina Celia Czetz de Lederer (hija de su hermana Basilia) que ejecutara en el piano una de sus melodías predilectas.
Sus últimos años los vivió en Venezuela 1582, en una casa modesta a la cual cuidaba con especial esmero. En su sala se podían apreciar gran cantidad de retratos familiares y adornos preciados para doña Manuela. Dominaba la sala un gran retrato de su madre Catalina Almada y conservaba otro de su tía doña Encarnación.

Recibía visitas de un reducido número de amigos y parientes, entre los cuales se destacaban sus sobrinos Luis Ortiz de Rosas, el coronel Ricardo Pereyra Rosas (hijo de su hermana menor Agustina), Julián Solveyra (hijo de su hermana Corina), Celia Czetz (ya mencionada).
Murió el 7 de agosto de 1916 a los 79 años de edad en su casa de la calle Venezuela.

Guada Aballe

miércoles

DOS FIESTAS INFANTILES

El domingo 6 de julio de 1902 se celebraron dos importantes fiestas infantiles en la ciudad de Buenos Aires.




En casa de Devoto

Una de ellas tuvo lugar en la casa de Carlota y Tomás Devoto quienes ofrecieron una fiesta en casa a los amiguitos de sus hijos.
Ambas fiestas fueron cubiertas por la revista Caras y Caretas con crónica y fotos tal como se hace actualmente con los famosos.
Gracias al cronista sabemos que en la casa de los Devoto la celebración comenzó con una representación teatral, hubo juegos de prestidigitación y se repartieron golosinas a los niños. Y por supuesto un gran baile.
Este baile terminó un poco más de las 19 horas a pesar de las protestas de los chicos. En la fotografía que ilustra esta nota podemos ver la cantidad de concurrentes que asistieron a la casa de la familia Devoto.

El otro baile se realizó en casa del sr Agustín Molina, una fiesta que cobró iguales características. En este caso el baile “se prolongó hasta entrada la noche, retirándose todos satisfechos, y algunos pucheros, al ver que terminaba una jornada como ésta, en lo mejor...”

En casa de Molina

En ambos casos Caras y Caretas destacó la diversión sana que tenían los niños e indicaba. “Lo repetimos, los niños cuando se divierten, pueden servir de modelos a los hombres”.Eran niños de 1902.

Guada Aballe